Vivimos en una era caracterizada por la autosatisfacción momentánea. Queremos satisfacer nuestros caprichos temporales, lo cual consideramos como algo insignificante e inofensivo. El consumismo de nuestra época nos lleva a pensar que los “placeres” cortos hacen bien a nuestro desarrollo como personas, y nos sacan de la rutina diaria, permitiendo que haya más creatividad y goce pleno en las relaciones duraderas.
Esta filosofía hedonista, con tendencia marcada en nuestra época, aunque tan vieja como el pecado, ha permeado la forma de pensar de muchos creyentes, los cuales, eventualmente, se aventuran a “descubrir” los terrenos inhóspitos del placer sexual fuera del círculo pactual del matrimonio; conduciéndoles a explorar la pornografía, las relaciones con otra mujer u otro hombre, el homosexualismo, la masturbación, la prostitución, entre otros. En todos los casos, estas “aventuras” se tratan de mantener en las recámaras más secretas de la vida, pues, sabemos que si el cónyuge las descubre se producirá un descalabro o daño irreparable a la relación matrimonial.
Pero, estos “placeres temporales”, que, por cierto, no son algo de “una vez y punto final”, sino que cada vez se convierten en una constante, por lo general, aunque no siempre, empiezan con una distorsión de la sexualidad desde la infancia: vio la desnudes de sus padres o familiares cercanos, fue tocado en sus partes íntimas por un familiar o amigo, fue violado, vio escenas pornográficas en su infancia o adolescencia; entre otros.
En consecuencia, la mente tierna de la niñez, y la inocencia en temas sexuales, se trastornan y, aunque por un tiempo no experimenten deseo alguno sobre este tema, sino repulsión, asco y desagrado; cuando llegan a la juventud o al desarrollo pleno de sus órganos y potencialidades sexuales, empiezan los problemas, pues, por un lado, sienten temor de casarse, especialmente porque experimentan un rechazo total hacia el aspecto sexual; o, llegan a tener una sexualidad tan distorsionada que se convierten en esclavos del placer y no pueden controlar el deseo por experimentar en dicho terreno.
Lastimosamente, los casos de violaciones, acoso sexual, manoseo, acceso a la pornografía en la infancia son más comunes de lo que uno piensa. Y todo esto se encuentra relacionado con el abandono de los padres de su responsabilidad en la educación y crianza de los hijos, entregando estos aspectos fundamentales a las escuelas, los familiares, los vecinos o personas extrañas. Asimismo, el incremento de los divorcios, o las relaciones pre-matrimoniales que conducen al embarazo y a la consecuente crianza de los hijos sólo por la madre, también facilitan que los hijos sean víctimas del abuso sexual de familiares, vecinos, amigos o padrastros.
Sumado a esto, los que no sufrieron esta clase de violencia sexual en la infancia, cuando llegan a la juventud, cuando ingresan a la universidad o, incluso, cuando se casan, al tener acceso al internet, sucumben ante la curiosidad de la pornografía, lo cual les lleva a la masturbación, es decir, al experimentar autosatisfacción egoísta, y luego, sino confiesan su pecado y lo abandonan, les puede llevar al adulterio o a toda clase de fornicación, incluyendo el homosexualismo.
Asimismo, cuando una pareja de jóvenes, en su etapa de cortejo o noviazgo se da ciertas “libertades” y exploran el cuerpo del otro, o tienen relaciones íntimas antes del matrimonio, se exponen a una distorsión de la sexualidad, centrada en el placer o satisfacción personal, lo cual, les puede conducir a la inmoralidad sexual dentro de la relación pactual del matrimonio.
Siendo que este pecado es más común de lo que pensamos, entonces, es necesario tratarlo a la luz de las Sagradas Escrituras, procurando el arrepentimiento que nos lleve a vivir para la gloria de Dios, a la sanidad plena de nuestra sexualidad y a la vivencia de una fidelidad total dentro del matrimonio.
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